miércoles, 4 de abril de 2012

LAS HUELLAS DE TATÚ de GUSTAVO ROLDÁN



Si de huellas se trata... Gustavo supo dejar las más profundas en el imaginario de niños y grandes.




El sol era como un fuego redondo y amarillo. Sólo las iguanas se animaban a pasear mientras los otros animales se quedaban bajo los árboles buscando un lugar más fresco. -Hasta conversar me da calor -dijo el coatí. -Este sol nos va a borrar hasta las huellas -dijo el conejo. -¿Huellas? -dijo la lechuza-. El que siempre hablaba de huellas era el tigre. Miraba una huella y decía: “Por aquí pasó una vizcacha cara blanca; iba apurada y preocupada después de almorzar.” O decía: “Hace un ratito no más pasó al trote un ñandú que llevaba en el lomo a un pajarito cantor.” -¿Y le acercaba siempre? -¿Siempre? ¡Ni una sola vez! ¡Pero quién le iba a discutir, si era el tigre! El coatí mostró unas huellas al lado de un árbol y dijo: -Esta mañana pasó un amigo y estuvimos juntos un rato. Aquí quedaron sus huellas. ¿Alguno se anima a decir de quienes son? Todos se miraron con cara de no entender. Estudiaron las huellas una y otra vez, pero nada. Sólo veían un poco de tierra removida y alguna ramita quebrada. El único que no se acerco fue el sapo. Se quedó mordiendo un pastito como indiferente. -¿Y usted, don sapo?- dijo el mono-. ¿No se anima a descubrir quién pasó por ahí? -Y… -dijo el sapo-, como animarme me animo. Pero sería conveniente que todos se alejaran un poco. -¿Usted sabe de huellas, don sapo?
 -preguntó el coatí. -Ja -dijo el sapo-: no es por presumir, pero este sapo no estaría aquí si no supiera esas cosas. Y mientras se acercaba sin apuro, todos los bichos se fueron apartando y haciendo un círculo alrededor de las huellas. -¿Y, don sapo? -dijo el mono-. ¿Puede leer esas huellas? -Ja -dijo el sapo -como en un libro cerrado. -Abierto, don sapo. -No m´hijo, cerrado. Total, no sé leer. -¿Qué dicen esas huellas? -Como decir, no dicen nada, porque no saben hablar. Mire, m´hijo, por aquí pasó un tatú que renqueaba de la pata izquierda. Iba comiendo una naranja, tenía un lunar en la oreja y una mariposa en el lomo. -Sí, sí, don sapo. Así era -dijo el coatí. -No se apure, m´hijo, que todavía falta. Aquí se paró un momento y se rascó la panza. -¡Eso es magia, don sapo! ¡Qué sabiduría para leer huellas!- dijeron todos, admirados. -No se apuren, no se apuren. Era un tatú gordito y estaba tan contento que no le importaba la espina que se le había clavado en la pata un rato antes. Después se fue silbando un chamamé. -Sin duda era un tatú enamorado que iba a visitar a su novia, que se llama Margarita y que lo esperaba al lado del río. -Sí, sí, don sapo. Todo eso es cierto. -dijo el coatí. Yo charlé un ratito con el tatú y me contó todo eso. Los animales que lo rodeaban lo miraban con los ojos muy abiertos. -Ja -dijo el sapo mordisqueando un palito de costado-. Si sabrá de huellas este sapo. Y se fue a sentar en la mejor sombra, pensando en las ventajas de ser chiquito y poder quedarse entre los yuyos escuchando conversaciones sin que nadie lo viera.

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